sábado, 18 de mayo de 2013

Catástrofes de la nación


Vivía con mis padres en ese tiempo,  jamás pensé en el porvenir. Jamás pensé en presenciar el desastre venidero: comenzó a temblar. El pánico de ese momento me tenía congelada. Sentía miedo. No hice nada. Las cosas caían sin control: moblajes y adornos; más tarde las paredes. El miedo crecía, y con este llegaban escalofríos por toda mi corporación; mis manos empapadas como siempre en momentos nerviosos. No resistí el llanto.
Sin imaginar en hacer otra cosa, intenté correr. Logré meterme bajo la incomparable mesa en provechoso estado. De pronto, caí al sentir un dolor insoportable. Evoco los sonidos del camión de bomberos y transportes médicos en las cercanías.
La tarde del 10 de marzo de 1998, desperté en el hospital después de haber salido de la propiedad hecha pedazos. No me termina de convencer el ser sobreviviente de este desastre. No tengo certeza de lo mejor: haber fallecido o vivir con las despreciables calcinadas en casi todo mi organismo. También por la devastadora noticia de mis padres, ahora extintos.
Los acontecimientos hacían destacar al sentimiento de desesperación. Dentro de mí había inmensas ganas de tirar todo artefacto y salir de donde estaba. En el exterior podía morir por necesidades, o bien agrandar la aflicción. Todo el planeta al carajo, ya nada tiene sentido, nada importa.

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